domingo, 9 de septiembre de 2007

Cuento

Ilustración de Isaac H3

Dayna no sabe dibujar

Por Daniel Guzmán

Y no es que realmente no supiera, sino que no lograba expresar lo que pretendía y era notable cómo eso la aturdía. Todos le decíamos que eventualmente lo lograría, que no había razón para desesperarse, que a su corta edad eran notables sus avances, que su tío, también pintor, estaría muy orgulloso de ella. Porque pensábamos que esa era la causa de su obstinación.

A todos les causó pena el llanto de la niña, pero nadie le creyó, ni yo mismo. Sin embargo, sí me aturdió porque el tío se fue. Lo enterramos hace cinco días. Yo lo tenía en una foto, ¡y el tío se fue de esa foto también! Me holgaba de tenerla pues él nunca se dejó retratar. Tenía ideas muy antiguas al respecto.

Al principio quise pensar que era una extraña coincidencia, que le había caído agua a la foto o algún otro accidente lo había borrado de la imagen, pero no, ni una pista de explicación coherente. Yo tenía esta foto en un libro rojo, la saqué y la metí en un marco, no sin antes contemplarla un rato. Cuando regresé del pasado que viví a su lado, sequé mis lágrimas y guardé la foto en un cajón.

Hace dos noches Dayna tuvo una crisis y rompió casi todos sus cuadros. Nos contó en medio de sollozos que el tío estaba perdido, que a veces la visitaba, pero como él esta sufriendo le transmitía dolor, y que ella tenía que ver la forma de liberarlo de cierto hechizo que era indestructible, aunque podía hacerse tolerable. -¡Pero por más que me esfuerzo, él no puede entrar!- Nos decía doblegada por la desesperación, y todos sabíamos que estaba muy triste pero sólo yo comencé a creer ese cuento de la bruja. Quise mirar la foto que había enmarcado y me encontré con la sorpresa de que ahora aparecía yo solo en la foto, abrazando estúpidamente el aire...

No pude dormir bien esa noche y fui a visitar a mi hermana en su recámara. Ella dormía y en sueños parecía intentar liberarse de algo. La desperté y agradecida me abrazó, dijo que la libré de los brazos de nuestro tío, con quien soñaba.

“Se está pudriendo -me dijo-. Me estaba hablando del campo de flores con el que soñaba de niño. Íbamos por un camino de arcilla hacia una casa en tinieblas. La casa era muy vieja y estaba un poco derruida, tras de ella se alzaban grandes árboles. Me platicó que un río corre cerca, y que el bosque es muy, muy grande. Y ya sabes cómo hace él para decir palabras que te levantan el ánimo, y me pidió paciencia con mi madre, y que te cuidara mucho pues quedaste muy dolido. Me pidió decirte que no sintieras culpa alguna y que siempre te admiró, que debes reponerte pronto porque tienes muchas cosas por hacer y él nos estará cuidando. Pero el tío se está pudriendo y tiene miedo de estar solo, yo sujetaba su mano y la carne se le caía. No queda mucho tiempo....”

Saltó de su cama. Eran las dos de la mañana. Sacó sus oleos y olvidándose de mí comenzó a dibujar un bosque de fondo. La sentí un poco loca pero esta vez no quise interrumpirla. Fui a mi recámara y saqué mi álbum de fotos. Regresé a la habitación de mi hermana y me senté tras ella a mirar las fotos tomadas por mi tío. En especial quería mirar la foto de cierta cabaña que en un viaje habíamos encontrado. Yo había notado como quedó embrujado desde que la vio por vez primera. Estoy seguro de que regresó después.

De repente mi hermana se levantó, se alejó tres pasos de su pintura, la miró unos segundos para después arremeterla con violencia usando el pincel como espada, la perforó varias veces llorando de desesperación, y yo estaba por levantarme a sujetarla cuando una ráfaga de aire entró por la ventana tomando por los aires algunas de las fotos, llevando hasta sus pies la que yo miraba.

Ella se quedo paralizada un instante, como si hubiera visto un fantasma. Un minuto después asintió y parsimoniosamente colocó una nueva tela en el caballete, salió al jardín y trajo algunas flores, sacó una caja de madera que yo nunca le había visto, trajo tijeras y resistol y comenzó a recortar la foto de la cabaña con los árboles tras de ella.

Pegó el pedazo en la tela, prolongó los árboles hasta producir un bosque con sus pinceles. A cierta distancia de la cabaña comenzó un campo florido y pintó un camino rojizo. Yo estaba embobado mirándola, abstraída en su obra, haciéndome sentir ausente de la habitación. De pronto sacó de la caja de madera una cantidad de pétalos, ya más bien marchitos, y junto con las flores del jardín que había traído, terminó su campo florido.

Luego con escrupulosidad terminó los detalles del lienzo: la pila de agua junto a la cabaña, un columpio en uno de los árboles, indicios de otro camino opuesto al del campo de flores y mil detalles más.

Revisó con minuciosidad cada centímetro de la tela, suspiró con alivio, dio algunos pasos atrás hasta donde estaba yo y sin dejar de mirar su obra me dijo: “Creo que al fin lo he logrado, y que mejor que así sea pues no hay más tiempo y ya he usado la cruz de pétalos que levantamos en el velorio, después de que la dejaron en el panteón yo la levanté por consejo del tío. ¿Escuchas? Parece que se oye un río...” Y como si fuese abracadabra salió el tío de la cabaña, le hizo una reverencia a mi hermana, sonriendo se despidió de nosotros a señas, se metió de nuevo y cerró la puerta para siempre. Amanecía.

2 comentarios:

Siluz dijo...

Me llamó la atención cómo usaste el título como la primera oración, tanto que tuve que continuar leyendo y ya no pude soltarlo hasta el final. Muy bueno.

Anónimo dijo...

Siempre de una belleza sublime tus textos. Eres único, por fortuna. Se agradece encontrar en la red poetas como tú.
Alejandra.