lunes, 15 de octubre de 2007

Cuento

Ilustración de Isaac Hernández

El fotógrafo

Por Alejandro Javier Panizzi (*)


Entre tanto Kürtz se disponía a revelar las fotografías, su mujer cebaba mate. Después de tantos años ella se había acostumbrado a no mirar su trabajo mientras él lo hacía. Y, mucho menos, si se trataba de un asunto policial. No por la impresión que pudieran causarle las fotos de cadáveres repugnantes, no. Se debía a que él ejercía su profesión con un esmero relevante, casi sagrado.


Kürtz no era más diligente por su trabajo de fotógrafo forense que por el de eventos sociales, fotografías escolares o alguna otra cosa. No le despertaba mayor interés o afecto ninguna de esas tareas más que cualquiera de las otras.


Además, ella no ignoraba que ese calor tremendo lo ponía más molesto y enfadoso que lo habitual.


Mientras se hacía visible la primera imagen de la víctima en la placa fotográfica, Kürtz secó la transpiración de su frente. Poco a poco, apareció el primer retrato de un hombre joven con los ojos abiertos y vidriosos; tenía la cara y el cráneo ensangrentados. Luego, a esperar la segunda. Ella, en silencio, tomaba mate y él, en silencio, esperaba la imagen.


Los interrumpió el teléfono. Ella, con veloz observancia, se dirigió hasta el aparato y atendió.


–Es para vos. Dice que es urgente –le indicó–; me parece que es la policía.


Él atendió y respondía con monosílabos. Tomó su cámara, volvió a limpiarse el sudor y se dirigió hacia la puerta.


–En un rato vuelvo –le avisó a su mujer.


Cuando llegó el comisario Kürtz todavía estaba tomando fotos. Era por demás detallista. Aun sabiendo que a los casos de suicidio los jueces les daban un trámite insignificante. El policía se dirigió presuroso hacia él mirando al anciano que pendía de una soga sujeta de aquel tirante. Pero Kürtz estaba con una rodilla en tierra y su ojo derecho concentrado en la lente, tomando la última foto.


Cuando se incorporó, el comisario lo abrazó.


–Lo siento mucho, Kürtz –le dijo con afecto solemne.


–Es la vida –respondió Kürtz, mientras permanecía inmóvil, como si no entendiese algo.


Ponía cuidado en la cámara que se interponía entre ambos y aparentaba el deseo de prescindir de ese asunto, como si no tomara parte en él. O, tal vez, estaba verdaderamente afectado por ese calor tan incómodo.


El policía sospechó el malestar del fotógrafo y dio dos respetuosos pasos hacia atrás. Salió hasta la verdea de la casa de su infancia, la vieja casona de los Kürtz, enfundó la cámara y prendió un cigarrillo. Sacó un pañuelo del bolsillo para quitarse la humedad de la frente.


–Me cago en el calor –protestó.


(*)El autor en palabras del autor:

Nací en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires, República Argentina. Hace muchos años vivo en la Patagonia, en donde el viento no tiene nombre, sólo se llama ‘El Viento’. Desde pibe la literatura fue incorporándose a mí. Soy un escritor haragán y un lector ávido pero arbitrario. Tengo tres hijos lindísimos y una esposa (salen a ella, claro) que aún tolera mis veleidades. Abracé el derecho penal casi con la misma fe que la literatura. Hace varios años que soy juez y me enorgullezco de ello. Tengo más amigos de los que puedo contar y sé que no me alcanzará la vida para leer todos los libros que quisiera.”

3 comentarios:

Siluz dijo...

Muy bien, amigo. ¡Adelante, siempre adelante!

Martha Ferrari dijo...

Excelente Ale, como siempre, un gusto leerte.

Martha Ferrari

claudio dijo...

Como siempre, el mejor...