sábado, 20 de octubre de 2007

Política Nacional

Vicente Fox estalla en una entrevista con el periodista Rubén González Luengas. Tras incomodarse con las preguntas sobre sus propiedades, abandona el estudio lanzando insultos. Tomado de Youtube.com

Fox y el prestigio que nunca tuvo

Por Nestor Leandro Hernández

Entre la gente no es muy común que una persona atraiga respeto reverencial en poco tiempo. Pero de pronto surgen figuras que, más allá de sus orígenes y sus causas concretas, logran atraer la esperanza. Por extrañas combinaciones históricas, por azares de la circunstancia escapan al club de sus incondicionales y se convierten en depositarios de la aspiración colectiva.

Ése fue el caso de Vicente Fox. Tras ganar la elección Presidencial en el año 2000 dejó de ser una pieza del panismo empresarial para convertirse en el emblema de un cambio histórico. Al convertirse en el Presidente de la alternancia recibía una encomienda extraordinaria: le correspondía dar los primeros pasos de un nuevo régimen; le tocaba afirmar el sentido y el valor de un sistema inédito para México. El tiempo lo colocaba ante una delicada responsabilidad.

Fox, sin programa, pero de manera consistente, empleó su poder para destrozar las bases del entendimiento y el marco de confianza que se insinuaba a principios del sexenio pasado. Con la mejor constancia posible, dinamitó todos los puentes del diálogo. Fue incapaz de entender su circunstancia; no se percató de los alcances ni los límites de su fuerza. Derrochó esa oportunidad histórica haciendo gala de incompetencia. Recibió un país impulsado para tener un cambio tranquilo y entregó uno atrancado, envuelto en la polarización más aguda de los últimos tiempos.

El sexenio pasado quedó marcado por las cualidades de Vicente Fox: la ineptitud y la provocación. Queda el recuerdo de un Presidente que no supo mover al país en ninguna dirección. Queda también el registro del Presidente que no moderó sus impulsos, entregándose de lleno a la más pedestre hostilidad. Hoy no se habla ya de la impericia ni de la imprudencia del Presidente, sino de su deshonestidad. El Presidente bronco podría ofrecer en su descargo la necesidad de desacralizar la institución presidencial; el inepto podría argumentar las dificultades de una democracia inmadura, los obstáculos de oposiciones tercas o los defectos del orden institucional.

La vida pública de Fox es emblemática: un hombre asciende al poder venciendo enemigos poderosos. Contribuye a dar el paso decisivo y simbólico de nuestra democratización pero termina en el sitio donde han encallado buena parte de sus antecesores: en el foso del desprestigio. Uno más en el montón de los ex presidentes denigrados. La caída de la efigie que se había erigido en honor del ex Presidente en Boca del Río, Veracruz, no es motivo de celebración, no me uno a quienes festejan su “desgracia”.

El prestigio podrá ser alimento para la vanidad personal. Un hombre que goza del reconocimiento colectivo podrá vanagloriarse de los aplausos, de los elogios, de los homenajes. Pero más que nada, el prestigio es un recurso público, más que un patrimonio personal. Vicente Fox no sólo arruinó su gobierno: arruinó también su nombre… Su libro llamado “La Revolución de la esperanza” no tiene razón de existir ni es motivo de orgullo.

Como parte de la estrategia para promover su libraco, Fox salió al ruedo mediático y tan pronto se topó con un periodista incómodo que lo mantuvo a raya y no le formuló las preguntas a modo que esperaba, enseñó su cobre autoritario. Se trató de una charla breve en Telemundo con el periodista Rubén Luengas, quién irónicamente votó por Fox y festejó en El Ángel el triunfo del “apóstol de la democracia”. Fuera de sí, Fox abandonó el programa cuando el periodista le preguntó a propósito de las propiedades de la familia después del mandato presidencial, y particularmente de las escrituras de La Estancia. Desde “mal entrevistador”, “vulgar”, “mentiroso” y hasta de “pobre estúpido” calificó Fox a Rubén Luengas.

Hace quince días Fox se lanzó contra Ciro Gómez Leyva y Joaquín López Dóriga. Lo curioso de todas las criaturas mediáticas que mantienen una relación de amor-odio con los medios (Fox, AMLO, Chávez), es que en el fondo todos tienen un talante autoritario que los hermana.

A propósito del penoso incidente en el que se vio envuelto el conferencista de Foxilandia, Rubén Luengas hizo un comentario que le queda a mucho más de un político latinoamericano: “es un tipo irreflexivo, autista, que sólo quiere escucharse a sí mismo y utilizar al entrevistador como sparring, en lugar de asumir que está en una entrevista periodística.” Y por supuesto que tiene razón.

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