viernes, 18 de enero de 2008

Narración


Conciencias

Por Jorge Luis Anaya (*)

-¿Y esto qué es?- pregunté al vendedor.

-Son conciencias- respondió mirándome con cierta malicia.

Soltó la respuesta casi a quemarropa, eso me sacó del sopor del inclemente medio día, de aquellas tardes a la salida de la preparatoria. Era extraño encontrar un vendedor de joyería de plata junto al puesto de helados de “el Max”.

¿Una conciencia? Pensé, y no es que no supiera para qué sirve pero, ¿cómo demonios funciona una conciencia encarnada en un pequeño humano agazapado de plata?

Intuyo que por mi cara de desconcierto y fascinación se adelantó a mi siguiente pregunta.

-Se colocan en la oreja y si te portas mal te dan una patadita.

Mi concepción de adolescente de entonces, lo que menos me pedía era cargar sobre el cuerpo un yugo adicional a mi de por si confundida y vapuleada conciencia, pero la idea de que un ser inanimado pegado a mi oreja cobrara de pronto vida para patearme cada vez que Dios, el cosmos o las buenas costumbres y el decoro se lo indicaran, no dejó de rondar en mi cabeza por mucho tiempo.

Lo que nunca me imaginé es que diez años después se instalaría en mi oído izquierdo. No como el pequeño ser de plata, sino su esencia. Vive en mi canal auditivo, pero no es una “buena” conciencia, es tal vez la de un duende juguetón que patea cuando esta contento o de mal humor.

Es posible que sea la conciencia de alguno de mis ancestros que quiere revelarme un conocimiento oculto y superior que me hará ganar fama y fortuna, pero que no le entiendo.

Lo cierto es que no quiero fama, sólo quiero que se vaya, me inquieta demasiado. A veces quisiera poder sacarla de golpe, arrojarla lejos, pisarla, destruirla. Pero sé que mi otra conciencia no me dejaría en paz.


(*) Nace en la Ciudad México, el mismo mes y el mismo año que Silvia Saint, aunque decidió hacer fama y fortuna de otra manera. Egresado de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Comenzó a escribir casi accidentalmente cuando su novia le pidió que la acompañara a un taller de creación literaria en una librería en Coyoacán el año pasado. El paso por el taller fue brevísimo, terminó cuando el maestro le tiro la onda a su novia. Esa experiencia revolvió en él la inquietud de escribir, así que se alistó en el taller literario de Eusebio Ruvalcaba, donde las mejores lecciones de escritor las vivió con el mismísimo maestro en la mesa de cualquier cantina.

No hay comentarios: